Cartas desde mi celda(c.1) by Gustavo Adolfo Becquer

Cartas desde mi celda(c.1) by Gustavo Adolfo Becquer

autor:Gustavo Adolfo Becquer
La lengua: es
Format: mobi
Tags: Narrativa Clásicos
publicado: 2011-12-27T23:00:00+00:00


CARTA VI

Queridos amigos: Hará cosa de dos o tres años, tal vez leerían ustedes en los periódicos de Zaragoza la relación de un crimen que tuvo lugar en uno de los pueblecillos de estos contornos. Tratábase del asesinato de una pobre vieja a quien sus convecinos acusaban de bruja. Ultimamente, y por una coincidencia extraña, he tenido ocasión de conocer los detalles y la historia circunstanciada de un hecho que se comprende apenas en mitad de un siglo tan despreocupado como el nuestro.

Ya estaba para acabar el día; el cielo, que desde el amanecer se mantuvo cubierto y nebuloso, comenzaba a ensombrecerse a medida que el sol, que antes transparentaba su luz a través de las nieblas, iba debilitándose, cuando, con la esperanza de ver su famoso castillo como término y remate de mi artística expedición, dejé a Litago para encaminarme a Trasmoz, pueblo del que me separaba una distancia de tres cuartos de hora por el camino más corto. Como de costumbre, y exponiéndome, a trueque de examinar a mi gusto los parajes más ásperos y accidentados, a las fatigas y la incomodidad de perder el camino por entre aquellas zarzas y peñascales, tomé el más difícil, el más dudoso y más largo, y lo perdí, en efecto, a pesar de las minuciosas instrucciones de que me pertreché a la salida del lugar.

Ya enzarzado en lo más espeso y fragoso del monte, llevando del diestro la caballería por entre sendas casi impracticables, ora por las cumbres para descubrir la salida del laberinto, ora por las honduras con la idea de cortar terreno, anduve vagando al azar un buen espacio de tarde hasta que, por último, en el fondo de una cortadura tropecé a un pastor, el cual abrevaba su ganado en el riachuelo que, después de deslizar se sobre un cauce de piedras de mil colores, salta y se retuerce allí con un ruido particular que se oye a gran distancia en medio del profundo silencio de la naturaleza que en aquel punto y a aquella hora parece muda o dormida.

Pregunté al pastor el camino del pueblo, el cual según mis cuentas no debía distar mucho del sitio en que nos encontrábamos pues, aunque sin senda fija, yo había procurado adelantar siempre en la dirección en que me dijeron hallarse. Satisfizo el buen hombre mi pregunta lo mejor que pudo y ya; me disponía a proseguir mi azarosa jornada, subiendo con pies y manos y tirando de la caballería como Dios me daba a entender por entre unos pedruscos erizados de matorrales y puntas, cuando el pastor, que me veía subir desde lejos, me dio una gran voz advirtiéndome que no tomara la senda de la tía Casca si quería llegar sano y salvo a la cumbre. La verdad era que el camino que equivocadamente había tomado se hacía cada vez más áspero y difícil, y que por una parte la sombra que ya arrojaban las altísimas rocas que parecían suspendidas sobre mi cabeza, y por otra parte el



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